“Te hablo de liberación, de movimiento, de proceso… entonces, lo que se debe hacer no depende de una moral lejana, incomprensible y convencional, sino de leyes: leyes de vida, de luz, de evolución”.[1]
Resumen
Distintos tipos de violencia campean en el paisaje humano, se muestran en las guerras, en las agresiones físicas, en la explotación laboral, en la corrupción, en la discriminación racial y de género, en los fundamentalismos, etc. Cada vez es más evidente la necesidad de encontrar un camino que permita salir de esta situación que genera gran sufrimiento. La ética de la acción válida[2]propone un camino que pone fin a la violencia. No se trata de una ética externa o superficial, sino más bien de un sentir profundo, de una experiencia de paz y unidad que trae consigo la acción coherente. Esta ética tiene dos componentes centrales; por un lado, la sintonía entre el pensamiento, el sentimiento y la acción; y junto con ella, la práctica del principio universal “trata a los demás como quieres que te traten”, también llamada regla de oro.
La violencia
El ser humano enfrenta complejos problemas relacionados con el equilibrio ambiental, social y mental. Si bien es cierto que el avance tecnológico ha resuelto algunos aspectos, aún subsisten cuestiones éticas[3] primordiales sin resolver: la falta o pérdida de valores, la riqueza concentrada en pocas manos, la falta de solidaridad con los semejantes y una corrupción generalizada. Se trata de un sistema en el que no importa el otro, pues las acciones giran alrededor de yos cada vez más egocéntricos.
La desorientación
La gente se encuentra desorientada y los procesos (sociales, ambientales, políticos y económicos) son inciertos. No se sabe bien adónde nos llevarán los acontecimientos, pero los especialistas ya vienen advirtiendo que nos acercamos a una catástrofe global.
En lo personal, se podría decir que surfeamos en un mar bravo y desconocido, en el que las olas no cesan y en cada momento debemos decidir qué acción tomar para no ser revolcados. Algunos estamos en la búsqueda de un algoritmo[4] que nos ayude a comprender la situación personal y global que estamos viviendo. Felizmente, cuando analizamos la historia del ser humano, se despiertan esperanzas. La innegable capacidad del ser humano para transformar el mundo y transformarse a sí mismo son herramientas poderosas que le han permitido superar muchas situaciones difíciles en el pasado. Esperamos que una vez más el ser humano logre superar la grave crisis actual, saliendo de la violencia y del sufrimiento.
Una moral por default
Cada uno de nosotros tiene una moral[5] aprendida, una configuración adquirida por el paisaje de formación.[6]Este paisaje está referido a la época y al lugar geográfico donde nacimos y crecimos; a los acontecimientos históricos y familiares que ocurrieron; a las personas que nos rodearon e influenciaron, etc.
Si viviéramos automáticamente; es decir, sin poner mucha atención ni reflexión en lo que hacemos; y si no transformáramos nuestra personalidad, nuestra moral dependería íntegramente del paisaje en el que fuimos formados. O sea, que tenemos una conformación ética por default, creada en la niñez y en la adolescencia. Así, es común escuchar: “soy así, poco puedo hacer” o “nadie cambia, acostúmbrate”. Es decir, se niega una característica fundamental del ser humano que es la transformación de sí mismo. Por otro lado, no modificar este estado ético-moral inicial nos deja poco margen de libertad, pues las acciones serán programadas mecánicamente y nos llevará a un destino no deseado. En ese momento sufriente, ojalá decidamos liberarnos y tomar las riendas de nuestra vida.
El pragmático y el sacrificado
Cuando tengo que dar respuesta a una situación, lo puedo hacer a partir de la ética dada por mi paisaje de formación, pero puede que esta no funcione para ese caso; entonces, ¿qué referencias puedo usar? Tendría mucha suerte si encontrara manuales o códigos que me digan qué hacer, que sean infalibles y que cuando yo obedezca al pie de la letra lo que dicen, la acción me resulte enteramente satisfactoria y yo quede totalmente feliz. Sin embargo, sucede que, aunque hallemos datos sobre qué hacer en algún manual, no tenemos ninguna seguridad de que eso nos deje satisfechos, porque fue elaborado de acuerdo con otra realidad, en otra época, con otras leyes y valores que ya no sentimos y en los que ya no creemos.
También podría optar, pragmáticamente, por la acción que más me conviene, aunque esto signifique perjudicar a otras personas. O podría actuar en beneficio del otro y sacrificar mi propio bienestar. Es claro que sí tenemos algo de libertad para elegir las respuestas que damos.
Si practicamos la ética pragmática, nos daremos cuenta de que no es un modo sustentable de acción, puesto que quebranta principios fundamentales como la solidaridad y la reciprocidad, que son pilares de la supervivencia y evolución del ser humano. Sin embargo, parece que el pragmatismo individualista está de moda y que ya nadie se sorprende cuando alguien escoge sus acciones solo porque le resultan convenientes, aun cuando ellas dañen a otros. Esta es la ética que está detrás de las guerras, de la acumulación de riquezas, de la contaminación del medio ambiente, etc. Si lo vemos en perspectiva, nos podremos dar cuenta de que el pragmatismo individualista o particularista, el ignorar el bien social, lleva a la destrucción.
Si opto por sacrificarme en beneficio de otros, y esto no se hace sin expectativas de retorno, ni se alinea con mi sentir y pensar profundos, tampoco será una buena salida, pues sentiré que mi acción no es suficientemente reconocida o recompensada. Esto me puede traer la sensación de ser víctima de una injusticia.
Como podemos ver, ni el pragmático ni el sacrificado logran obtener un registro de paz y unidad. Visto desde el crecimiento interno y de la evolución, entendida como ampliación de la libertad y la felicidad de uno mismo y de los demás, con ninguna de las dos éticas obtendré resultados satisfactorios.
La referencia interna
Existe la creencia de que las acciones tienen efecto solo en el mundo externo y se obvia el significado y la relevancia que tienen las acciones en nuestro mundo interno, en nuestra conciencia. El registro interno[7] de las acciones que realizamos es fundamental y debe ser nuestro referente ético central, puesto que con ese registro nos quedamos como sensación vital positiva (coherente) o negativa (contradictoria) de nuestra acción. El registro interno como referencia ética, como radar ético, me permite obtener saber si mi acción fue acertada o no. Es decir, si me trajo sufrimiento la acción no sería válida; en cambio, si me deja un registro interno de paz y unidad, entonces, es una acción válida.
Lo que nos toca hacer
Es hora de liberarse, profundizando, comprendiendo y direccionando nuestra transformación hacia un mundo coherente con lo más querido, profundo y sagrado. La ética de la acción válida está conectada con esta dirección; por ello, toma principios universales que tienen como base la unidad interna. La coherencia en la acción no puede ser calificada externamente, pues el indicador está en el registro interno de la persona. No obstante, sí toma en cuenta a las demás personas porque requiere cumplir con la regla de oro.
Unidad y contradicción
Para explicar de modo sencillo el funcionamiento de la conciencia respecto de la acción válida, Silo menciona dos mecanismos:
El mecanismo por el cual uno registra internamente el sufrimiento o felicidad del otro. Es decir, siempre que yo pueda percibir al otro, tendré un registro de su felicidad o de su sufrimiento y ello quedará grabado en mí. Por eso mismo, “no será bueno que trate yo a los demás de mala manera, porque al efectuar este tipo de actividad tengo el correspondiente registro”.[8]
El mecanismo por el cual cada acción que yo hago me devuelve un registro interno y ese registro me transforma.[9] A partir de esto, se puede deducir que “lo que hago” tiene gran importancia, pues además de tener efecto en los otros, yo sufriré la contradicción o gozaré la unidad de mis propios actos.
Las acciones válidas se reconocen porque traen el registro interno de unidad, de crecimiento, de suave alegría. Son acciones que no solo dan gran unidad en el momento de realizarlas, sino también después. Además, y muy importante, traen una propuesta futura, en el sentido de que si pudiéramos repetirlas, algo iría creciendo dentro, algo iría mejorando y, de ese modo, se afirmaría una dirección positiva, que se aleja del sufrimiento.
Por el contrario, las acciones contradictorias producen división interna, intranquilidad, desazón, remordimiento y no quisieras repetirlas. A veces, tratamos de justificarlas con el fin de librarnos de aquella desazón, pero el registro interno ya se produjo, se quedó dentro, no nos soltará fácilmente y nos generará sufrimiento. Por ello, no es lo mismo un tipo de acción que otra, aunque nadie nos vea, aunque nadie más se entere de nuestra acción.
Afortunadamente, se pueden movilizar y transformar esos registros desintegradores que producen las contradicciones; de ese modo, se posibilita la reconciliación con uno mismo y con los demás. La repetición de acciones válidas destierra las imágenes problemáticas y va construyendo un mundo interno y externo que encaja con nuestras más profundas aspiraciones. Como dice Silo: “…al repetir acciones válidas nos encontramos con una disciplina integral, capaz de ir transformando nuestra condición sufriente en una nueva forma de vida de creciente unidad interna y, por tanto, de creciente felicidad”.[10]
[1] SILO. La mirada interna. En Humanizar la tierra. Obras completas, vol. I. Buenos Aires: Magenta Ediciones, 1994.
8 SILO. Habla Silo. Obras completas, vol. I. Buenos Aires: Magenta Ediciones, 1994.
[3]Entendemos por ética a la reflexión y el análisis para decidir la mejor acción posible relacionada con la superación del sufrimiento y la ampliación de la libertad y de la felicidad en uno mismo y en los demás.
[4] Conjunto finito de operaciones organizadas de manera lógica y ordenada que permite realizar una actividad mediante pasos sucesivos sin generar dudas a quien deba realizar dicha actividad y que permiten solucionar un problema.
[5]La ética es el análisis, la reflexión; la moral es la acción que uno toma sobre la base de esa reflexión. La ética y la moral forman una estructura, pues al actuar ambas están presentes de manera explícita o implícita. Y dado que todos actuamos en el mundo, todos lo hacemos con una moral y una ética que pueden ser favorables o no a la superación del sufrimiento, y se conciben como el proyecto vital del ser humano.
[6] El diccionario del nuevo humanismo (SILO. Obras completas, vol. II. México, D.F.: Plaza y Valdez, 2004) precisa que el paisaje de formación hace alusión a los acontecimientos que vivió un ser humano desde su nacimiento y en relación a su medio. La influencia del paisaje de formación no está dada simplemente por una perspectiva temporal-intelectual formada biográficamente y desde la cual se observa lo actual, sino que se trata de un ajuste continuo basado en la propia experiencia. En este sentido, el paisaje de formación actúa como un trasfondo de interpretación y de acción, como una sensibilidad y como un conjunto de creencias y valoraciones con los que vive un individuo o una generación.
[7] Registro interno: Experiencia de la sensación producida por estímulos detectados por sentidos externos e internos, incluidos los recuerdos e imágenes (AMANN, Luis. Autoliberación).
[8] SILO. Habla Silo. En Obras completas. v. I. Buenos Aires: Magenta Ediciones, 1994.
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